viernes, 22 de julio de 2011

Carta lírica a otra mujer de Alfonsina Storni



Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro

Conozco yo, y os imagino blanca,

Débil como los brotes iniciales,

Pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina.

En vuestros ojos placidez de lago

Que se abandona al sol y dulcemente

Le absorbe su oro mientras todo calla.

Y vuestras manos, finas, como aqueste

Dolor, el mío, que se alarga, alarga,

Y luego se me muere y se concluye

Así, como lo veis; en algún verso.

Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca

Tenéis un rumoroso colmenero.

Si las orejas vuestras son a modo

De pétalos de rosas ahuecados...

Decidme si lloráis, humildemente.

Mirando las estrellas tan lejanas.

Y si en las manos tibias se os aduermen

Palomas blancas y canarios de oro.

Porque todo eso y más, vos sois, sin duda:

Vos, que tenéis el hombre que adoraba

Entre las manos dulces, vos la bella

Que habéis matado, sin saberlo acaso,

Toda esperanza en mí... Vos, su criatura.

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma

Estáis gustando del amor secreto

Que guardé silencioso... Dios lo sabe

Por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo

Tan cerca de mi brazo, que a extenderlo

Acaso mía aquélla dicha vuestra

Me fuera ahora... ¡sí! acaso mía...

Mas ved, estaba el alma tan gastada

Que el brazo mío no alcanzó a extenderse:

La sed divina, contenida entonces,

Me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos

El se adormece y le decís palabras

Pequeñas y menudas que semejan

Pétalos volanderos y muy blancos.

Acaso un niño rubio vendrá luego

A copiar en los ojos inocentes

Los ojos vuestros y los de él

Unidos en un espejo azul y cristalino...

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!

¡Arrancaban tan firmes los cabellos

A grandes ondas, que a tenerla cerca

No hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen

Los labios suyos; él me dijo un día

Que nada era tan dulce al alma suya

Como besar las femeninas manos...

Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve

Vagando por afuera de la vida,

-Como aquellos filósofos mendigos

Que van a las ventanas señoriales

A mirar sin envidia toda fiesta-

Me allegue humildemente a vuestro lado

Y con palabras quedas, susurrantes,

Os pida vuestras manos un momento,

Para besarlas, yo, como él las besa...

Y al recubrirlas, lenta, lentamente,

Vaya pensando: aquí se aposentaron

¿Cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo

En las divinas manos que son suyas?

¡Oh, qué amargo deleite, este deleite

De buscar huellas suyas y seguirlas

Sobre las manos vuestras tan sedosas,

Tan finas, con sus venas tan azules!

Oh, que nada podría, ni ser suya,

Ni dominarle el alma, ni tenerlo

Rendido aquí a mis pies, recompensarme

Este horrible deleite de hacer mío

Un inefable, apasionado rastro.

Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,

Barrera ardiente, viva, que al tocarla

Ya me remueve este cansancio amargo,

Este silencio de alma en que me escudo,

Este dolor mortal en que me abismo,

Esta inmovilidad del sentimiento

¡Que sólo salta, bruscamente, cuando

Nada es posible!

viernes, 15 de julio de 2011

Facundo Cabral, una vida totalmente libre y en paz

Hace un rato estuve mirando por tv un programa dedicado al querido y hace apenas unos dias perdido cantante y autor Facundo Cabral.
Se trataba de una entrevista que se le hizo no hace mucho tiempo aquí en su país, la Argentina.
Como siempre lo hizo en sus presentaciones, sus palabras no tuvieron desperdicio, aunque aquí contó un poco su historia personal, su historia de vida. Estuvo presente la alusión al padre abandónico como la madre a la que siempre recordó.
Me llamaron más que nada la atención tres situaciones de su vida que contó al periodista. Una de ellas que no había aprendido a leer sino hasta los catorce años en que decidió enseñarle un librero ya que él insistía en que le leyera en su librería volúmenes completos de los escritores más encumbrados, Faukauld, Sartre, Borges, Lao Tse Tung, Nietzche, Krishna Murta, y tantos otros. Fue un total autodidacta y eso es algo muy valioso para quien sabe hacerlo y utilizar lo que ha aprendido en la vida de manera absolutamente independiente, transmitiéndolo a los demás a través del canto, en este caso, un trovador.
La segunda situación que me llamó mucho la atención es que confesara que no dependía de nadie ni nadie lo hacía de él. No tenía casa propia, ni tampoco auto, vivía en hoteles de una extremo a otro del mundo, no tenía pareja ni hijos, cuando quería una mujer, la tomaba y allí terminaba todo. O sea, el desapego en su máxima expresión, la libertad total, Facundo Cabral parece que la había logrado.
Y por último me quedó una frase que dijo casi al final, la felicidad es algo inexistente, lo que el hombre debe buscar es la paz, la paz es lo único que hace feliz al hombre, dijo, o algo similar.
Cuando lo escuché no pude menos que pensar que no estoy tan equivocada en esta búsqueda lenta pero sin detenimientos que hago yo de la paz, quizás cuando la encuentre totalmente, descubra que al fin...soy feliz.
Quiero agregar como último párrafo que un hombre como él que emanaba esa paz que había logrado y que la distribuía al mundo con sus canciones y sus palabras, no merecía de ninguna manera la muerte que tuvo, ya que fundamentalmente era un pacifista, y que es de esperar que las autoridades de Guatemala, donde sucedió el hecho que le hizo perder la vida, tomen debida nota y actúen en consecuencia, por supuesto con la ley y la justicia en las manos.


Melan

martes, 12 de julio de 2011

A veces







Muchas veces la vida,
nos muestra su rostro más duro,
más cruel, más doloroso,
ese que aniquila el alma,
que nos arroja al vacío
y nos hace sentir
que hemos perdido el rumbo.
 Otras en cambio,
nos hace vislumbrar el sol,
 lo radiante de ella misma
y nos regocijamos
en todo su abanico
de colores inimitables,
a veces la vida... 
nos devuelve la paz...
la alegría de estar vivos...
el calor del sol sobre la piel... 
a veces la vida nos hace felices...
yo estoy viviendo hoy...
éstos últimos a veces...

Melan

jueves, 7 de julio de 2011

Toco tu boca - Capítulo 7 - Rayuela de y por Julio Cortázar



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar.