miércoles, 16 de marzo de 2011

Hay emociones que pueden matarte. Entrevista a Stella Maris Maruso, terapeuta que aplica la psiconeuroendocrinoinmunología.



Hace apenas unos minutos revisé mi correo y me encontré con este mail de una amiga muy querida. Lo leí y me pareció interesante. Creo que hay mucha razón en varios de sus conceptos respecto al poder que nuestra mente tiene sobre nuestra salud, por lo que decidí conservarlo teniéndolo más a mano en este mi blog personal, el que tiene "de todo un poco como en botica". Lo dejo para mí y para todo el que quiera compartirlo al pasar por aquí, puede ser de mucha utilidad. Eso espero. Melan


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Tengo 55 años. Nací en Buenos Aires, donde vivo. Educo a personas que atraviesan crisis severas. Estoy casada y he criado cuatro hijos. ¿Política? Ayudar a los demás a vivir hasta el último instante. ¿Dios? No soy religiosa, soy espiritual: experimentar la trascendencia me sana



¿Cuántos pacientes?

Casi 30.000 en los últimos 30 años, con enfermedades de todo tipo, cánceres...



¿Cómo los ayuda?

No tratando de no morir, sino de vivir hasta morir. De morir bien.

¿Qué es morir bien?

Vivir hasta el último instante con plenitud, intensamente. Vivir más no es más tiempo, sino sentirte alegre por estar aquí y ahora.



¿Acaso no vivían antes de enfermarse?

¡Muchos agradecen que su cáncer les haya enseñado a ser felices, a vivir! La enfermedad es una oportunidad de enriquecerse.



Mejor que no llegue.

¡Pero llega! El dolor entra en todas las casas. ¡Y esto hay que saberlo! Deberíamos aprender desde niños que morir es parte de la vida, y a fortalecernos en cada contrariedad.



No nos lo enseñan, es verdad.

Al no aprender a dominar la mente, vivimos arrastrados por ella. Eso es malvivir. ¡La mente es demasiado loca para confiarle tu vida! Confíale tus negocios, ¡pero no tu vida!



¿Por qué no?

La mente va de excitación en excitación, te impide gozar la vida. Los médicos dicen que padecemos "síndrome de déficit de deleite": ¡no sabemos gozar de lo que nos da la vida!

Yo lo procuro.

Un 10% es lo que te pasa y un 90% es lo que haces con lo que te pasa.

Cuestión de actitud. ¿Cuál es la mejor?

Sentir pasión ante la incertidumbre de la vida, ante lo que sea que vaya a traerte.



¿Sea lo que sea?

Sí. Los psiquiatras detectan que hoy padecemos de neurosis noógena: falta de responsabilidad y sentido de la propia existencia.



Pues sí que andamos mal.

Sí, pero la ciencia vanguardista trae buenas noticias: acudiendo a tu interior puedes obtener todo lo que necesites, producir endógenamente todas las drogas analgésicas, euforizantes... ¡Puedes aprender a sanarte!



¿Y prescindir de la medicina?

Hablo de la tercera revolución de la medicina: después de la cirugía y los antibióticos, llega la psiconeuroendocrinoinmunología.



A ver si me cabe la palabra en una línea.

Es la disciplina que integra psiquismo y biología, tras treinta años de investigaciones de sabios como Carl Simonson, Robert Ader, Stanley Krippner...



¿Qué postulan?

La interconexión del sistema nervioso central, el nervioso periférico, el endocrino y el inmunológico. Te lo resumo: ¡las emociones modifican tu capacidad inmunológica!



¿O sea que una emoción puede enfermarme?

La angustia ante lo incierto, el miedo, la desesperanza, el remordimiento, la rabia... ¡Cada una tiene su bioquímica! Y es venenosa, es depresora del sistema inmunológico.



¿De un día para otro?

La salud no es un estado: es un proceso, y muy dinámico. ¡Por tanto, siempre puedes reforzar tu salud si trabajas tus emociones!



¿Las trabaja usted con sus pacientes?

Sí. Hay pacientes ordinarios, sumisos a creencias establecidas, y pacientes extraordinarios, que generan creencias sanadoras.



Creer que puedes curarte... ¿puede curarte?

Hay un viejo experimento famoso: a cuarenta mujeres con cáncer de mama, el médico les contó que la quimioterapia las dejaría calvas. Luego, sólo suministró quimioterapia a veinte mujeres y dejó que las otra veinte creyesen recibirla...



Y no me diga que...

Sí, sí: el 60% de las segundas quedaron tan calvas como las tratadas con quimioterapia. ¿Qué modificó la bioquímica interna de esas mujeres? ¡Sus propias creencias!



Inducidas por el médico.

Lo que demuestra el enorme poder del médico. ¡El médico puede estimular con su actitud la capacidad autocurativa del paciente! Un hijo mío es médico: a él y a todos los médicos les ruego que jamás le digan a un paciente que su condición biológica es irreversible. Ese es el único pecado médico.



Pues hay diagnósticos que desahucian.

Son condenas: matan más que el tumor. Acepta el diagnóstico que sea, ¡pero jamás aceptes un pronóstico! Jamás: si abandonas la esperanza de mejorar, de luchar por tu propia salud..., activas el suicidio endógeno.



Pero sembrar falsas esperanzas...

¿Falsas? A mi padre le pronosticó el médico tres meses de vida por un diagnóstico de cáncer de próstata diseminado al hígado. Trabajamos juntos con amor, relajación, meditación, nutrición... y al año no tenía células cancerosas. Vivió 18 años más.



¿Qué dijo su médico?

"Milagro", dijo. Remisión espontánea. Desde ese día cerré mi empresa y me volqué a ayudar a otros como a mi padre. Y yo hoy vivo en la frontera del milagro: la remisión es un efecto colateral en enfermos que han abrazado las fuerzas de la salud, la vida.



¿Cómo han dado ese abrazo?

Sintiendo que la enfermedad enriquece su vida y que morir no es un castigo, ampliando el círculo de lo que les importa y poniéndose al servicio con amor por la vida que nos traspasa, escapando de su cabeza y empezando a sentir: a reír, a llorar... Se han permitido asombrarse y han experimentado estados de trascendencia.



¿Qué entiende por trascendencia?

Liberarte de tu historia pasada y del temor por la futura. La meditación ayuda mucho. Y eso cambia tu bioquímica: estás sano, ¡vives! Por el tiempo que sea, estás vivo.

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El cáncer de su padre le enseñó cómo ayudar a miles de pacientes desde su Fundación Salud (www.fundacionsalud.org.ar), en Argentina, avalada por científicos de primera fila que la invitan a la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard a participar en seminarios de curación espiritual (sic): por aquí aún no nos suena, pero ella me asegura que será el nuevo paradigma médico, en el que el paciente dejará de ser visto como una máquina estropeada que tenga que ser reparada o desahuciada. Esta señora entusiasta me enseña que todo lo que como, pienso y siento va tejiendo mi salud, y que puedo aprender a tejer.

No estoy loca, estoy cultivando mis rarezas...

Melan

sábado, 5 de marzo de 2011

OLGA OROZCO - Esa es tu penay otros poemas



Esa es tu pena...



Esa es tu pena.

Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras

y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.

Colócala a la altura de tus ojos

y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,

o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,

o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.

Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.

Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,

un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.

Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama

y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.

No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;

sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.

Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.

No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,

aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.

No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.

Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:

sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.
 
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El adiós



La sentencia era como esos calcos en que el relieve del amor

deja un vacío semejante a sus culpas.

Me arrojaron al mundo en mi ataúd de hielo.

Una tierra sin nombre todavía corrió sobre este rostro

con que habito en la desconocida:

era la tierra del castigo.

Era la hora en que comienzo a despertar entre los muertos

con la evidencia de un anillo roto,

un vestido de momia desprendido de las vendas del cielo

y un espejo de sal donde puede leerse mi destino.

El porvenir no es nada más que mirar hacia atrás.



Debajo de esas nubes desgarradas

hay una casa en llamas

en donde los amantes trasmutaban en oro de eternidad el resplandor de un día,

o tomaban las apariencias de ladrones de pájaros

aprisionando entre los hilos del ocio las metamorfosis de sus propias imágenes.

Hay una luz dorada que hiere hasta las lágrimas;

hay un lecho también

como una barca invadida por el follaje del deseo

-unas hojas carnosas que exhalan el perfume de los más largos viajes-.



Y había siempre y nunca

como ahora vueltos de pronto boca abajo.

Corazón repudiado,

animal aterido en uno de los dos costados de tu sangre,

ignorabas entonces que tendrías la forma de un retablo de la creación hecho pedazos,

que alguna vez la noche del adiós te nombraría en voz muy baja

como nombra la soledad a sus testigos,

o como llaman aquellos que se van a los que nunca vuelven.



Ahora, de espaldas contra el muro que custodia el guardián de todo nacimiento,

sólo te quedan las apariciones,

el fantasma de un tiempo que gritará contigo en el estanque muerto de algún sueño,

cuando él duerme, tan lejos en su adiós.

Un soborno de plumas para una ley de fuego.


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El retoque final



Es este aquel que amabas.

A este rostro falaz que burla su modelo en la leyenda,

a estos ojos innobles que miden la ventaja de haber volcado a ciegas tu destino,

a estas manos mezquinas que apuestan a pura tierra su ganancia,

consagraste los años del pesar y de la espera.

Ésta es la imagen real que provocó los bellos espejismos de la ausencia:

corredores sedosos encandilados por la repetición del eco,

por las sucesivas efigies del error;

desvanes hasta el cielo, subsuelos hacia el recuperado paraíso,

cuartos a la deriva, cuartos como de plumas y diamante

en los que te probabas cada noche los soles y las lluvias de tu siempre jamás,

mientras él sonreía, extrañamente inmóvil, absorto en el abrazo de la perduración.

Él estaba en lo alto de cualquier escalera,

él salía por todas las ventanas para el vuelo nupcial,

él te llamaba por tu verdadero nombre.

Construcciones en vilo,

sostenidas apenas por el temblor de un beso en la memoria,

por esas vibraciones con que vuelve un adiós;

cárceles de la dicha, cárceles insensatas que el mismo Piranesi envidiaría.

Basta un soplo de arena, un encuentro de lazos desatados,

una palabra fría como la lija y la sospecha,

y esa urdimbre de lámpara y vapor se desmorona con un crujido de alas,

se disuelve como templo de miel, como pirámide de nieve.

Dulzuras para moscas, ruinas para el enjambre de la profanación.

Querrías incendiar los fantasiosos depósitos de ayer,

romper las maquinarias con que fraguó el recuerdo las trampas para hoy,

el inútil y pérfido disfraz para mañana.

O querrías más bien no haber mirado nunca el alevoso rostro,

no haber visto jamás al que no fue.

Porque sabes que al final de los últimos fulgores, de las últimas nieblas,

habrá de desplegarse, voraz como una plaga, otra vez todavía,

la inevitable cinta de toda tu existencia.

Él pasará otra vez en esa ráfaga de veloces visiones, de días migratorios;

él, con su rostro de antaño, con tu historia inconclusa,

con el amor saqueado bajo la insoportable piel de la mentira, bajo esta quemadura.

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