lunes, 19 de julio de 2010

SUEÑO LIBRE




Hilvanando versos
sábado 19 de septiembre de 2009

Teníamos un sueño libre,
de apenas una vida breve,
un sueño en el que soñábamos,
que éramos héroes.
Por libertad como meta
y libres como éramos,
corrimos todas las calles,
de una ciudad muerta ,
de aceras despedazadas,
por realidades vacías,
de locuras escondidas
arrastrando sueños yertos
Teníamos un sueño libre ...
y por ese libre sueño nuestro,
desandamos los caminos,
corrimos campos traviesa
y en ese loco caminar,
casi la vida dimos....
Tuvimos un sueño libre
que el tiempo truncó en dolor,
caían nuestros soñares
y con él desaparecían
otros libresoñadores
como vos y como yo.
El terror lo arrasó todo
y nuestro sueño libre...murió
murió de muerte malsana y
murió loco de amor, a veces
cuando recuerdo...
sólo cabe en mi interior...
pensar...¿cómo es que aún
nos atrevemos, a soñar sueños tan libres
soñadores como vos y yo?
Melan

domingo, 18 de julio de 2010

Reflexiones en un domingo de lluvia

Domingo lluvioso, día ideal para la ensoñación, la nostalgia, la melancolía. Miro por mi ventana y mi magnolia absolutamente seca se nutre del agua de esta lluvia copiosa que hará que en no más de un mes esté poblada de capullos rosados, sin hojas, lo cual le da una vista hermosísima. Por unos días tengo en el frente de mi casa un árbol con el tronco gris y la copa absolutamente rosada. Me encanta verla, no sólo porque me acompaña desde siempre, ya estaba grande cuando vine a vivir a esta casa hace treinta y cuatro años, sino que además la plantó el padre de una amiga muy querida y eso le da una connotación particular.
 Me gustan los días de lluvia, aunque hoy precisamente no estoy del todo tranquila, mi hija se fue de viaje y sé que ahora anda bajo la lluvia en Entre Ríos buscando un remís, no es precisamente el mejor día para andar caminando por calles desconocidas. Aunque cuando se es joven, la lluvia nunca molesta y al contrario uno busca caminar debajo de ella.
 Yo recuerdo que eso hacíamos con el chico que salía cuando tenía veinte años, recorríamos todas las calles de Buenos Aires bajo la lluvia y al final recalábamos en una confitería de la calle Corrientes a tomar chocolate con churros, para atemperar el frío que habíamos pasado. Son lindos recuerdos de una juventud hermosa que cuando uno la rememora parece que fue solamente hace poco tiempo y sin embargo pasaron treinta años.

El paso del tiempo es algo increíble si uno se pone a analizarlo detenidamente, el correr de los días y las noches, ese monótono andar nos lleva inexorablemente a que se transformen en semanas, en meses, en años ... y casi sin darnos cuenta de ese aparentemente pequeño paso del día a la noche hemos llegado a que se nos pase la vida, hemos llegado a la madurez, al otoño de nuestra existencia.
 Pensarlo me da mucha nostalgia, soy una de las personas que no puede terminar de digerir este paso, será porque tengo una personalidad naif, medio mujer, medio niña, que fue siempre así y no cambió con los años. Yo siento perfectamente que el exterior ha cambiado por supuesto, pero hay muchísimas cosas en mi interior que siguen intactas, que no las he modificado y de la mayoría estoy muy orgullosa, de mi ideología política por ejemplo, de mi visión de la sociedad, de mi tabla de valores, de mi fe ...
 Por supuesto que algunas cosas he cambiado porque la madurez trae una visión diferente a veces de los hechos y los mismos que antes los veíamos como muy importantes ahora los vemos como nimiedades porque ya hemos vivido los realmente importantes de la vida, esos que te llevan al límite de tus fuerzas, de tus esperanzas, de tu capacidad de soportar el dolor. Ese tipo de cambios sí he tenido y bienvenidos sean porque siento que me han dado una visión más abierta del mundo, de la gente, de la sociedad en su conjunto. Pero aquellos los imperecederos son los que más me enorgullecen porque he visto a muchos renegar de ellos en la madurez modificándolos por situaciones materialistas, comodidades, modas, en fin todo lo que este mundo globalizado ha hecho de las personas en general.
 En fin, comencé con la lluvia y terminé con la globalización. Lo cierto es que la lluvia da para reflexionar y mucho cuando uno la mira por la ventana en solitario y con ojos escrutadores de la vida. Eso me ha pasado a mí hoy.

Melan

sábado, 10 de julio de 2010

Tu aroma me persigue de ROSA TENEBAUM (Argentina)



Tu aroma me persigue.

¿Qué le explico al alma

cuando la sangre

se nos va en urgencias?

Cómo le digo

que no está bien

ni es bueno,

a esta altura,

permitirse sentir.

¡Como si fuera fácil

poner bridas al fuego,

frenar el mar

o acallar los truenos!

En este punto, pues,

alma querida

que moviste todos los resortes,

calla.

Calla.

No pongas en mi boca

palabras de locura.

La pluma, silenciosa,

trasuntará la angustia.

Tu y yo, alma, sabremos el secreto.

Ni siquiera él compartirá la bruma,

ni conocerá nunca

la medida justa

del dolor de querer, con toda el alma.

Sin respuesta, sin luz,

sin esperanza.





ROSA TENEBAUM ( Argentina )

viernes, 9 de julio de 2010

A MI PAPÁ EN EL DÍA DE SUS QUINCE AÑOS EN EL CIELO

Hoy fue un día muy especial para mí, hoy hace quince años que se fue físicamente de mi lado mi papá, uno de los seres que más he querido en la vida y para mí el mejor padre del mundo.
Mi padre fue un ser tierno y a la vez fuerte y me consta que me amaba como yo a él. Se sacrificó por sus hijos toda la vida y uno de sus sufrimientos más grandes fue la pérdida de mi hermano cuando contaba únicamente con diecinueve años de edad, víctima de una enfermedad a los riñones. Parecía que no se repondría de ese golpe, sin embargo a los dos años nació mi hija mayor y papá revivió. Noelia era todo para él. Le compraba todo lo que encontraba que podía servirle y gustarle, fue un abuelo también ejemplar y también el abuelo preferido de mi hija que tuvo la dicha de recibir de él todos los mimos de quien volcó en ella toda su renovada esperanza en la vida. Pero dieciseis años después en el mes de octubre del año /94 también mi Noelia partiría, en este caso víctima de leucemia. Este golpe ya fue demasiado para la salud débil de mi amado papá, que pasaron sólo ocho meses y partió él, el 9 de julio de 1995.
Es raro lo que a mí me pasó. Yo sentía por mi papá una adoración especial. Era su niña mimada, no hubo paso del tiempo para eso, aún grande yo seguía siendo su nena y me cuidaba y protegía como si lo fuera.
Hasta que partió mi hija yo siempre había pensado que el día que papá se fuera yo me moriría de tristeza, que no soportaría el dolor de su ausencia.
Sin embargo, no fue así, cuando papá partió ocho meses después de Noelia, yo sentí que el abuelo se iba a cuidar a su nieta, sentí que él me decía"quedate tranquila hija que yo me voy a estar con ella y tu hermano, vos no te preocupes que entre los dos la cuidaremos". Como si fuese necesario cuidarla en el Cielo, pero ese era mi sentimiento de mamá, que mi papá se iba a cuidar a su nieta. Y el sentir de ese día fue mucho menos traumático de lo que yo había creído que sucedería antes.
Es cierto, se me había ido mi hija y nada nunca podrá superar eso, pero mi padre era especial.
Por eso hoy quiero dedicarle este recuerdo y decirle desde acá que lo sigo amando como lo amé toda mi vida, que sigue siendo mi "papucho querido" y que sólo espero que esté disfrutando de la paz del Cielo junto a Pachi, mi hermano y Noé mi hija y preparándome el lugar para cuando me toque partir. Te amo papito. Felices quince años celestiales.

Melan.

jueves, 8 de julio de 2010

EL MAL DE LA MUERTE de Marguerite Duras

Debiera no conocerla, haberla encontrado en todas partes a la vez, en un hotel, en una calle, en un bar, en un libro, en una película, en usted mismo,en usted, en ti, al capricho de tu sexo enhiesto en la noche que grita por un cobijo, por un lugar en el que desprenderse de los llantos que lo colman. Pudiera haberla pagado. Hubiera dicho: Tendría que venir cada noche durante muchos días. Ella le hubiera mirado largamente, y después le hubiera dicho que en ese caso era caro.Y después ella pregunta: ¿Qué es lo que quiere? Usted dice que quiere probar, intentarlo, intentar conocer eso, acostumbrarse a eso, a ese cuerpo, a esos pechos, a ese perfume, a la belleza, a ese peligro de alumbramiento de niños que representa ese cuerpo, a esa forma imberbe sin accidentes musculares ni de fuerza, a ese rostro, a esa piel desnuda, a esa coincidencia entre esa piel y la vida que encubre. Usted dice que quiere probar, probar muchos días quizás. Quizás muchas semanas. Quizás hasta toda la vida. Ella pregunta: ¿Probar el qué? Usted dice: Amar. Ella pregunta: ¿Por qué otra vez? Usted dice para dormir encima del sexo quieto, allí donde usted no conoce. Usted dice que quiere probar, llorar allí, en ese preciso rincón del mundo. Ella sonríe, pregunta: ¿También querría de mí? Usted dice: Sí. Aún no conozco, quisiera penetrar ahí también. Y con tanta violencia como tengo por costumbre. Dicen que se resiste más aún, que es un terciopelo que se resiste más aún que el vacío. Ella dice que no tiene opinión, que no puede saber. Ella pregunta: ¿Cuáles serían las otras condiciones? Usted dice que debiera callarse como las mujeres de sus antepasados,doblegarse completamentea usted, a su voluntad,serle enteramente sumisa al igual que las campesinas en las granjas tras la cosecha cuando derrengadas dejaban acercarse aellas a los hombres, mientrasdormían –todo ello para que ustedpueda acostumbrarse poco apoco a esa forma que se amoldaríaa la suya, que estaría a sumerced como las devotas lo estána la de Dios– esto también,para que poco a poco, con el día creciente, tenga menos miedode no saber dónde colocar sucuerpo ni hacia qué vacío amar.Ella le mira. Y luego deja demirarle, mira a otro lado. Y despuésresponde.Ella dice que en ese caso esaún más caro. Dice la cifra a pagar.Usted acepta.Ella vendría cada día. Vienecada día.El primer día se desnuda y setumba en el lugar que usted leseñala en la cama.Usted la mira dormirse. Ellacalla. Se duerme. Usted 1a mira.Toda la noche.Ella llegaría con la noche.Llega con la noche.Toda la noche usted la mira.La mira durante dos noches.Durante dos noches ella casino habla.Luego, una tarde, al anochecer,lo hace. Habla.Ella le pregunta si le es útilpara hacer que su cuerpo esté menos solo. Usted dice que no comprende muy bien esta palabra cuando designa su estado.Que está en un punto en que confunde entre creer estar solo y por el contrario llegar a estarlo,y añade: Como con usted.Y luego una vez más en mediode la noche ella pregunta: ¿En qué época del año estamosen este momento?Usted dice: Antes del invierno,todavía en otoño.Ella pregunta también: ¿Quées lo que se oye?Usted dice: El mar.Ella pregunta: ¿Dónde está?Usted dice: Allí, detrás del muro de la habitación.Ella vuelve a dormirse.Joven, ella sería joven. En sus prendas, en sus cabellos, habríaun olor estancado, usted procuraría saber cuál, y terminaría por nombrarlo como usted sabe hacerlo. Usted diría: Un olor a heliotropo y a cidro. Ella responde:Como quiera.Otra tarde usted lo hace,como estaba previsto, duerme con el rostro en lo alto de sus piernas separadas, contra su sexo,ya en la humedad de su cuerpo,allí donde ella se abre.  Ella le deja hacer.Otra tarde, por distracción,usted la hace gozar y ella grita.Usted le dice que no grite.Ella dice que ya no gritará más.No grita más.Jamás de ahora en adelanteninguna otra gritará por usted.Quizás obtenga usted de ellaun placer hasta entonces desconocidopara usted, no lo sé.Tampoco sé si percibe el sordo ylejano zumbido de su goce en surespiración, en ese suavísimo estertorque va y viene de su bocaal aire exterior. No lo creo.Ella abre los ojos, dice: Cuántafelicidad.Usted le pone la mano en laboca para que se calle, le diceque no se dicen esas cosas.Ella cierra los ojos.Ella dice que ya no lo dirámás.Ella pregunta si ellos sí hablande eso. Usted dice que no.Pregunta ella de qué hablan.Usted dice que hablan de todolo demás, que hablan de todo,excepto de eso.Ríe, vuelve a dormirse.A veces usted se pasea por laalcoba alrededor de la cama o alo largo de las paredes que danal mar.A veces llora.A veces sale a la terraza en elfrío incipiente.No sabe qué contiene el sueñode ésa que está en la cama.De ese cuerpo quisiera ustedalejarse, quisiera volver a loscuerpos de los demás, al suyo,volver hacia usted mismo y a lavez es precisamente por tenerque hacerlo por lo que llora.Ella, en la alcoba, duerme.Duerme. Usted no la despierta.La desdicha aumenta en la alcobaa medida que invade su sueño.En cierta ocasión usted duermeen el suelo al pie de la camade ella.Ella se mantiene siempre enun sueño uniforme. De dormirtan bien a veces sonríe. Tan sólose despierta cuando usted le tocael cuerpo, los pechos, los ojos. Aveces también se despierta sinrazón, excepto para preguntarlesi es el ruido del viento o el de lamarea alta.Se despierta. Le mira. Dice: Elmal se apodera siempre más deusted, se ha apoderado de susojos, de su voz.Usted pregunta: ¿Qué mal?Ella dice que todavía no sabedecirlo.Noche tras noche se introduceusted en la oscuridad de su sexo,se adentra casi sin saberlo en esecallejón sin salida. A veces sequeda allí, duerme allí, en ella,toda la noche con el fin de estardispuesto por si, al capricho deun movimiento involuntario porparte de ella o por la suya, le entraranganas de poseerla otravez, de llenarla aún más y de gozarde puro placer como siempre,cegado por las lágrimas.Ella estaría siempre dispuesta,quisiéralo o no. Precisamentesobre esto usted nunca sabríanada. Ella es más misteriosa quetodas las evidencias exterioresque usted jamás ha conocidohasta ahora.Tampoco nunca sabría ustednada, ni usted ni nadie, nunca,cómo ve ella, qué piensa ella deusted y del mundo, y de su cuerpoy de su espíritu, y de ese malque ella dice que le invade. Ellamisma no lo sabe. No sabría decírselo,de ella nada podría ustedsaber.Nunca sabría usted, nada niusted ni nadie, de lo que ellapiensa de usted, de esta historia.Por muchos que fueran los siglosque cubrieran el olvido de susexistencias, nadie lo sabría. Encuanto ella, no sabe saberlo.Porque no sabe nada de elladiría que ella no sabe nada deusted. Se empeñaría en ello.Ella habría sido alta. El cuerpohabría sido esbelto, hecho deuna sola vaciada, de una vezcomo por Dios él mismo, con laperfección indeleble del accidentepersonal.Ella no se habría parecido dehecho a nadie.El cuerpo no tiene defensa alguna,es liso desde el rostro hasta los pies. Incita al estrangulamiento,a la violación, las vejaciones,los insultos, los gritos deodio, el desencadenamiento delas pasiones cabales, mortales.Usted la mira.Es muy delgada, grácil casi,sus piernas son de una bellezaque no participa de la del cuerpo.No entroncan realmente conel resto del cuerpo.Usted le dice: Usted debe sermuy hermosa.Ella dice: Estoy aquí, mire, estoyante usted.Usted dice: No veo nada.Ella dice: Procure ver, está incluidoen el precio que ha pagado.Toma el cuerpo, mira sus diferentesespacios, le da la vuelta,le da otra vez la vuelta, lo mira,lo mira otra vez.Renuncia.Renuncia. Deja de tocar elcuerpo.Hasta esa noche usted no habíaentendido cómo se podía ignorarlo que ven los ojos, lo quetocan las manos, lo que toca elcuerpo. Descubre esa ignorancia.Usted dice: No veo nada.Ella no responde.Duerme.Usted la despierta. Le preguntasi es una prostituta. Con unaseñal de que no.Le pregunta por qué ha aceptadoel contrato de las nochespagadas.Ella responde con una vozaún adormecida, casi inaudible:Porque en cuanto me habló vique le invadía el mal de lamuerte. Durante los primerosdías no supe nombrar ese mal.Luego, más tarde, pude hacerlo.Le pide que repita otra vezesas palabras. Ella lo hace, repitelas palabras: El mal de lamuerte.Le pregunta cómo lo sabe.Ella dice que lo sabe. Dice quese sabe sin saber cómo se sabe.Usted le pregunta: ¿En qué elmal de la muerte es mortal? Ellaresponde: En que el que lo padeceno sabe que es portador deella, de la muerte. También enque estaría muerto sin vida previaa la que morir, sin conocimientoalguno de morir a vidaalguna.Los ojos están siempre cerrados.Se diría que descansa deuna fatiga inmemorial. Cuandoella duerme usted ha olvidado elcolor de sus ojos, así como elnombre que usted le dio la primera noche. Después descubreque no sería el color de los ojosla frontera infranqueable entreella y usted. No, no el color, ustedsabe que éste navegaría entreel verde y el gris, no, no el color,no, sino la mirada.La mirada.Usted descubre que ella lemira.Usted grita. Ella se vuelve haciala pared.Ella dice: Pronto será el fin notema.Con un solo brazo la levantacontra usted tan ligera es. Ustedmira.Curiosamente los pechos sonmorenos, sus aureolas, casi negras.Usted los come, los sorbe ynada en el cuerpo se mueve, elladeja hacer, deja. Quizás en unmomento dado usted grita unavez más. En otro usted le diceque pronuncie una palabra, unasola, la que le nombra a usted,usted le dice esa palabra, esenombre. Ella no responde, entoncesusted grita otra vez. Esentonces cuando ella sonríe. Yes entonces cuando usted se enterade que ella está viva.La sonrisa desaparece. Ella noha dicho el nombre.Sigue usted mirando. El rostroestá entregado al sueño, estámudo, duerme como las manos.Pero el espíritu aflora siempre a lasuperficie del cuerpo, lo recorrepor entero, y de tal manera quecada una de las partes de ese cuerpoes por sí sola testigo de su totalidad,la mano y los ojos, el abombamientodel vientre y el rostro,los pechos y el sexo, las piernas ylos brazos, la respiración, el corazón,las sienes y el sino.Vuelve usted a la terraza anteel mar negro.Hay en usted sollozos de losque ignora el porqué. Están retenidosal borde mismo de ustedcomo exteriores a usted, no puedenalcanzarle para ser lloradospor usted. Frente al mar negro,contra el muro de la habitaciónen la que ella duerme, usted llorapor usted mismo como lo haríaun desconocido.Vuelve a la alcoba. Ella duerme.Usted no lo entiende. Elladuerme, desnuda, en el lugarque usted ocupa en la cama. Noentiende cómo puede ser queella ignore sus llantos, que depor sí quede protegida de usted,que ignore hasta ese extremoque ocupa el mundo entero.Usted se tiende a su lado. Siguellorando por usted mismo.Pronto se acerca el alba.Pronto hay en la alcoba unasombría claridad de color indeciso.Pronto enciende algunaslámparas para verla. Para verla aella. Para ver lo que nunca conoció,el sexo soterrado, veraquello que engulle y retiene sinparecer hacerlo, al verlo así ensimismadoen su sueño, dormido.Para ver también las pecas esparcidaspor ella desde la orilladel cabello hasta el nacimientode los pechos, allí donde cedenbajo su peso, engarzados a las bisagrasde los brazos, y tambiénhasta los párpados cerrados y loslabios entreabiertos y pálidos.Usted se dice: en los lugares delsol del verano, en los lugaresabiertos, ofrecidos a la vista.Ella duerme.Usted apaga las lámparas.Está casi claro.Todavía se acerca el alba. Sonesas horas tan vastas como losespacios del cielo. Es demasiado,el tiempo ya no encuentra pordónde pasar. El tiempo ya nopasa. Usted se dice que ella deberíamorir. Usted se dice que siahora en ese momento de la nocheella muriera, sería más fácil,usted sin duda quiere decir: parausted, pero no termina la frase.Usted escucha el ruido delmar que empieza a subir. Esaextraña está ahí en la cama, ensu lugar, en el charco blanco delas sábanas blancas. Esa blancuravuelve más oscura su forma,más evidente que lo sería unaevidencia animal bruscamenteabandonada por la vida, que losería la de la muerte.Mira esta forma, descubre a lavez en ella su poder infernal, laabominable fragilidad, la debilidad,la fuerza invencible de ladebilidad sin par.Sale de la alcoba, vuelve a laterraza frente al mar, lejos de suolor.Hay una lluvia menuda, elmar aún está negro bajo el cielodescolorido de luz. Oye su ruido.El agua negra sigue subiendo, seacerca. Se mueve. No deja demoverse. Largas oías blancas loatraviesan, un ancho mar defondo que vuelve a caer en estrépitosde blancura. El mar negroestá fuerte. Hay una tormenta alo lejos, es frecuente, por la noche.Se queda mucho tiempomirando.Se le ocurre la idea de que elmar negro se mueve en lugar deotra cosa, de usted, y de esa formasombría en la cama.Termina su frase. Se dice quesi ahora a esa hora de la nocheella muriera le sería a usted másfácil hacerla desaparecer de lafaz de la tierra, arrojarla a lasaguas negras, que bastarían unosminutos para arrojar un cuerpode ese peso a la mar crecientecon el fin de eliminar de la camaese olor hediondo de heliotropoy cidro.A la habitación vuelve denuevo. Allí está ella, durmiendo,abandonada en sus propias tinieblas,en su magnificencia.Descubre que está hecha detal modo que en cualquier momento,se diría, por su propiodeseo, su cuerpo podría dejar devivir, derramarse a su alrededor,desaparecer ante sus mismosojos, y que es bajo semejanteamenaza cómo duerme, cómo seexpone a ser vista por usted.Que es con el peligro que correa partir del momento en que elmar está tan cerca, desierto, tannegro todavía, con lo que elladuerme.Alrededor del cuerpo, la habitación.Sería su propia habitación.Una mujer, ella, la habita. Ustedya no reconoce la habitación.Ha quedado vacía de vida, estásin usted, sin su semejante. Laocupa únicamente vaciado flexibley largo de la forma ajena enla cama.Ella se mueve, se le entreabrenlos ojos. Pregunta: ¿Cuántasnoches pagadas aún? Usteddice: Tres.Ella pregunta: ¿No ha queridonunca a una mujer? Usted diceque no, nunca.Ella pregunta: ¿No ha deseadonunca a una mujer? Usted diceque no, nunca.Ella pregunta: ¿Ni una solavez, ni un instante? Usted diceque no, nunca.Ella dice: ¿Nunca? ¿Nunca?Usted repite: Nunca.Ella sonríe, dice: Es raro unmuerto.Y vuelve a empezar: ¿Y mirara una mujer, no ha mirado nuncaa una mujer? Usted dice queno, nunca.Ella pregunta: ¿Usted quémira? Usted dice: Todo lo demás.Ella se despereza, se calla.Sonríe, vuelve a dormirse.Vuelve usted a la habitación.Ella no se ha movido en el charcoblanco de las sábanas. Mira aésa a quien nunca había abordado,nunca, ni a través de sussemejantes ni a través de ellamisma.Mira la forma sospechosa desdehace siglos. Abandona.Ya no mira usted. Ya no miranada más. Cierra los ojos parareconocerse en su diferencia, ensu muerte.Cuando abre los ojos, ella estáahí, todavía, ella aún está ahí.Vuelve usted hacia el cuerpoextraño. Duerme.Mira el mal de su vida, el malde la muerte. Es en ella, en sucuerpo dormido, donde lo ve.Usted mira los rincones delcuerpo, mira el rostro, los pechos,el rincón impreciso de susexo.Mira el lugar del corazón. Encuentra que el latido es diferente,más lejano, le viene la palabra:más ajeno. Es regular, pareceríano tener que cesar nunca.Acerca su cuerpo al objeto de sucuerpo. Está tibio, está fresco.Ella vive todavía. Incita al asesinatoen tanto que vive. Se preguntacómo matarla y quién lamatará. Usted no quiere nada, anadie, incluso esa diferencia queusted cree vivir usted no la quiere.Usted no conoce sino la graciadel cuerpo de los muertos, lade sus semejantes. De pronto sitúala diferencia entre esa graciadel cuerpo de los muertos y ésaahí presente hecha de debilidadúltima que podría aplastarse conun gesto, esa realeza.Descubre que es ahí, en ella,donde se cultiva el mal de lamuerte, que es esta forma anteusted desplegada la que decretael mal de la muerte.De la boca entreabierta sale unarespiración, vuelve, se retrotrae,vuelve otra vez. La máquina decarne es prodigiosamente exacta.Inclinado sobre ella, inmóvil, lamira. Sabe que podría disponerde ella a su antojo, de la formala más peligrosa. No lo hace.Por el contrario acaricia el cuerpocon la misma suavidad que siincurriera en el peligro de la felicidad.Su mano se encuentra sobreel sexo, entre los labios quese rajan, allí es donde ella acaricia.Usted mira la hendidura delos labios y lo que los rodea, elcuerpo entero. No ve nada.Quisiera verlo todo de unamujer, hasta donde eso pudierahacerse. No ve que esto le es imposible.Usted mira la forma cerrada.Ve primero inscribirse en lapiel ligeros estremecimientos,precisamente como los del dolor.Y luego temblar los párpadoscomo si los ojos quisieran ver. Yluego abrirse la boca como si laboca quisiera decir. Y luego percibeque bajo sus caricias los labiosdel sexo se hinchan y quede su terciopelo brota un aguaviscosa y cálida como la sangre.Entonces hace más rápidas suscaricias. Percibe que los muslosse separan para dejar su manomoverse a sus anchas, para queusted lo haga aún mejor.Y de pronto, en una queja, ustedve invadirla el goce, apoderarsede ella por entero, levantarla del lecho. Mira intensamentelo que acaba de realizaren ese cuerpo. Lo ve luego recaer,inerte, sobre la blancuradel lecho. Respira aprisa en sobresaltossiempre más espaciados.Y luego los ojos se cierranaún más, y después se sellan aúnmás al rostro. Y luego se abren,y después se cierran.Se cierran.Usted lo ha mirado todo. A suvez cierra por fin los ojos. Permaneceasí mucho tiempo losojos cerrados, como ella.Piensa en el exterior de su habitación,en las calles de la ciudad,en esas pequeñas plazas alejadasdel lado de la estación. Enesos sábados de invierno semejantesunos a otros.Y luego oye ese ruido que seacerca, oye el mar.Oye el mar. Está muy cerca delas paredes de la habitación. Porlas ventanas, siempre esa luzdescolorida, esa lentitud del díaen alcanzar el cielo, siempre elmar negro, el cuerpo que duerme,la extraña de la habitación.Y después usted lo hace. Nosabría decir por qué lo hace. Veoque lo hace sin saberlo. Ustedpodría salir de la alcoba, alejarsedel cuerpo, de la forma dormida.Pero no, usted lo hace, comoaparentemente otro lo haría, conesa diferencia integral, que le separade ella. Usted lo hace, vuelvehacia el cuerpo.Lo cubre por entero con elsuyo, lo atrae hacia usted parano aplastarlo con su fuerza, paraevitar matarlo, y luego lo hace,vuelve al cobijo nocturno, en élse encenaga.Permanece aún en ese abrigo.Llora una vez más. Cree saberno sabe qué, no puede con esesaber, cree ser el único hecho aimagen de la desdicha del mundo,a imagen de un destino privilegiado.Cree ser el rey de eseacontecimiento en curso, creeque existe.Ella duerme, la sonrisa en loslabios, como para matarla.Permanece usted aún al abrigode su cuerpo.Ella está llena de usted mientrasduerme. Los estremecimientosligeramente gritados que recorrensu cuerpo se hacen cadavez más evidentes. Ella habitauna dicha soñada de estar llenade un hombre, de usted, o deotro, o de otro aún.Usted llora.Los llantos la despiertan. Ellale mira. Mira la alcoba. Y denuevo le mira. Le acaricia lamano. Pregunta: ¿Por qué llora?Usted dice que ella es quiendebe decir por qué llora, que ellaes quien debiera saberlo.Ella responde muy bajo, condulzura: Porque usted no ama.Usted responde que así es.Ella le pide que se lo diga claramente.Usted se lo dice: No amo.Ella dice: ¿Nunca?Usted dice: Nunca.Ella dice: El deseo de estar apunto de matar a un amante, deguardarlo para usted, para ustedsolo, de poseerlo, de robarlocontra todas las leyes, contra todoslos imperios de la moral, ¿nolo conoce, no lo ha conocidonunca?Usted dice: Nunca.Ella le mira, repite: Es raro unmuerto.Ella le pregunta si ha visto ustedel mar, le pregunta si ya esde día, si el tiempo claro.Usted dice que despunta eldía, pero que en esta época delaño es muy lento en invadir elespacio que ilumina.Ella le pregunta por el colordel mar.Usted dice: Negro.Ella responde que el mar nuncaes negro, que usted debe deconfundirse.Usted le pregunta si ella creeque se le puede amar.Ella dice que no se puede deninguna manera. Usted le pregunta:¿Por culpa de la muerte?Ella dice: Sí, por culpa de esa insipidezde esa inmovilidad de susentimiento, por culpa de esamentira al decir que el mar esnegro.Y luego ella se calla.Teme usted que ella vuelva adormirse, la despierta, le dice:Hable más. Ella dice: Entonces,hágame preguntas, por mí mismano puedo. De nuevo le preguntausted si se le puede amar.Ella dice una vez más: No.Ella dice que poco antes ustedtuvo ganas de matarla cuandovolvió de la terraza y entró porsegunda vez en la habitación,que ella lo comprendió en susueño por su mirada sobre ella.Ella le pide que le diga por qué.Usted le dice que no puede saberpor qué, que no tiene la inteligenciade su mal.Ella sonríe, dice que es la primeravez, que no sabía antes deconocerle que la muerte podíavivirse.Ella le mira a través del verdefiltrado de sus pupilas. Dice: Ustedanuncia el reino de la muerte.No se puede amar la muertesi le viene impuesta desde fuera.Usted cree llorar por no amar.Usted llora por no imponer lamuerte.Ella ya está en el sueño. Ledice de un modo apenas inteligible:Ya usted a morir de muerte.Su muerte ha comenzado ya.Usted llora. Ella le dice: Nollore, no merece la pena, dejeesta costumbre de llorar por ustedmismo, no merece la pena.Insensiblemente la habitaciónse ilumina con una luz solar,aún sombría.Ella abre los ojos, vuelve a cerrarlos.Dice: Aún dos nochespagadas, pronto se acabará esto.Sonríe y con la mano le acaricialos ojos. Se burla durmiendo.Usted sigue hablando, solo enel mundo como usted desea. Usteddice que el amor siemprele ha parecido fuera de lugar,que no ha comprendido nunca,que siempre ha evitado amar, quesiempre ha querido ser libre deno amar. Dice que está perdido.Dice que no sabe de qué, en quéestá perdido.Ella no escucha, duerme.Usted cuenta la historia de unniño.El día se asoma por las ventanas.Ella abre los ojos, dice: Dejede mentir. Ella dice que esperano saber nunca nada de la formaen que usted, usted sí sabe, pornada del mundo. Dice: No quisierasaber nada de la forma enque usted, usted sí sabe, con esacerteza que proviene de la muerte, esa monotonía irremediable,igual a sí misma cada día de suvida, cada noche, con esa funciónmortal de la falta de amar.Dice: Ya es de día, todo va aempezar, excepto usted. Usted,usted no empieza nunca.Vuelve a dormirse. Usted lepregunta por qué duerme, dequé fatiga debe descansar, monumental.Ella levanta la manoy de nuevo le acaricia el rostro,la boca quizás. Vuelve a burlarsedurmiendo. Dice: Usted no puedecomprender ya que es ustedquien hace la pregunta. Diceque así también descansa de usted,de la muerte.Usted continúa la historia delniño, la grita. Dice que no sabetoda la historia del niño, de usted.Dice que ha oído contar esahistoria. Ella sonríe, dice quetambién ha oído y leído muchasveces esa historia, en todaspartes, en muchos libros. Ustedpregunta cómo podría surgir elsentimiento de amar. Ella leresponde: Quizás de un fallo repentinoen la lógica del universo.Dice: Por ejemplo de unerror. Dice: Nunca por quererlo.Usted pregunta: ¿El sentimientode amar podría surgir de otrascosas aún? Usted le suplica quediga. Ella dice: De todo, de unvuelo de pájaro nocturno, deun sueño, del sueño de un sueño,de la cercanía de la muerte,de una palabra, de un crimen, deuno, de uno mismo, de prontosin saber cómo. Dice: Mire.Abre las piernas y en el huecode sus piernas separadas ve ustedpor fin la negra noche. Usteddice: Era ahí, la noche negra, esahí.Ella dice: Ven. Usted va. Dentrode ella, usted llora otra vez.Ella dice: No llores más. Dice:
Tómame para que todo quedeconsumado.Usted lo hace, la toma.Queda consumado.Ella vuelve a dormirse.Un día ella ya no está. Ustedse despierta y ella ya no está. Seha ido durante la noche. La huelladel cuerpo está aún en las sábanas,está fría.Es la aurora hoy. Aún no elsol, pero los contornos del cieloya están claros mientras del centrode ese cielo cae aún la oscuridadsobre la tierra, densa.Ya no queda nada más queusted en la alcoba. Su cuerpo hadesaparecido. Su súbita ausenciaconfirma la diferencia entre ellay usted.A lo lejos, en las playas, algunasgaviotas gritarían en la oscu
por la marea baja. En laoscuridad, el grito demente delas gaviotas hambrientas le parecede repente no haberlo oídonunca.Ella no volvería nunca.La noche de su partida, en unbar, usted cuenta la historia. Primerola cuenta como si fueraposible hacerlo, y luego renunciaa ello. Después la cuentariéndose como si fuera imposibleque hubiera ocurrido o como sifuera posible que usted la hubierainventado.Al día siguiente, de pronto,usted notaría quizás su ausenciaen la habitación. Al día siguiente,quizás experimentaría un deseo de verla de nuevo allí, en laextrañeza de la soledad, en su estadode desconocida de usted.Quizás la buscaría fuera de suhabitación, en las playas, en lasterrazas, en las calles. Pero nopodría encontrarla porque en laluz del día no reconoce a nadie.No la reconocería. No conoce deella más que su cuerpo dormidobajo sus ojos entreabiertos o cerrados.La penetración de loscuerpos usted no puede reconocerla,no puede nunca reconocerla.Usted no podrá nunca.Cuando usted lloró, fue sólopor usted y no por la admirableimposibilidad de alcanzarla através de la diferencia que lessepara.De toda la historia usted noconserva más que ciertas palabras que ella pronunció en elsueño, esas palabras que nombranaquello de lo que usted padece:Mal de la muerte.Muy pronto usted renuncia,deja de buscarla, ni en la ciudad,ni en la noche, ni en el día.Con todo así pudo usted vivireste amor de la única forma posiblepara usted, perdiéndolo antesde que se diera.



                                                                                                Marguerite Duras


La imagen pertenece a la artista plástica Renné Margritte


Melan.

LA INVASIÓN

 Los que me conocen van a decir  -"ya está con otra obsesión...!"-
Es natural dado el carácter de mis temas: pisos de madera que brotan, gatos que crecen y crecen hasta adquirir dimensiones gigantescas, aguas que enloquecen y se expanden hasta cubrir todo el mundo...
Pero esta vez, el caso es diferente, ya que no se trata de un ficción producto de mi imaginación afiebrada. Es, por el contrario, una realidad visible y palpable, que me preocupa y me alarma.
Señoras y señores: denuncio una invasión. Una invasión insidiosa y callada. Una invasión cuyos agentes aumentan día a día, en progresión geométrica, cuyas fuentes ignoro, pero que, sin la menor duda, tiene como fin nuestra destrucción y el copamiento total de nuestro éjido urbano. Todos nosotros, (me incluyo ingenuamente y compungida), hemos contribuido ingenuamente a la introducción, difusión y/o supervivencia de los individuos invasores. Ellos llegan a nuestras casas, generalmente como homenaje de alquien que nos aprecia, envueltos en crepitantes papeles transparentes, adornados con lazos de alegres colores. Pequeños, tiernos y lozanos, empiezan a recibir amorosos cuidados. Como el archiconocido y manoseado Principito a su flor, les proporcionamos su diaria ración de agua fresca, los protegemos del excesivo calor y del frío excesivo, y desempolvamos delicadamente las hojas, cada vez más grandes brillantes y numerosas.
 Al poco tiempo el medio primitivo en que llegaron a nuestras manos, les resulta estrecho y debemos mudarlo a otro más grande, procedimiento que tendremos que repetir al cabo de períodos cada vez más breves. Un buen día comprobamos que en el ámbito familiar, (balcón, terraza, patio o jardín) es ya casi incapaz de contenerlos. El intruso enorme y rozagante nos ha desbordado.
 La fase fundamental de su plan está por comenzar: nuestro minuto fatal ha llegado. Con esfuerzo lo tomamos en nuestros brazos y salimos a la vereda. Nuestros ojos buscan un recuadrito sin baldosas, huérfano de árbol, para ubicarlo. Si no lo encuentran, el hoyo receptor será perforado junto a un árbol ya instalado (¡pobre víctima inocente de nuestra candidez y de la insidia invasora!) y allí quedará el huésped.
 Sin prisas y sin pausa, sus raíces ávidas y expertas se afirmarán cada vez más, se enredarán con la de los otros árboles para estrangularlas, para robarles los más preciosos jugos de la tierra, se introducirán bajo los cimientos de los edificios, entre las cañerías subterráneas, reptarán resquebrajando las losas del pavimento. Poco a poco se adueñarán del subsuelo de la ciudad, harán vacilar todos los basamentos, mientras en la superficie los troncos elefantiásicos cada vez más gruesos, desplazarán a los demás troncos, sus hojas imputrescibles atascarán todas las alcantarillas, sus siluetas macisas, descomunales reemplazarán a las restantes especies, para siempre aniquiladas.
 ¡Adiós, follajes gráciles y romorosos! No más dulce aroma de los tilos y los paraísos, humo leve de los jacarandaes en flor, lagrimeo de las tipas, oro fugaz de las acacias ...
 Solamente ellos, sin perfume y sin música, estrujando entre sus manos los restos de la ciudad...coronando nuestra desaparición con el tumulto reluciente de sus hojas, iguales, parejas, lustrosas y despiadadas.
 Todavía estamos a tiempo: detengamos su avance. Basta un decreto: SE PROHÍBE, EN TODO EL ÁMBITO CAPITALINO, LA VENTA, PLANTACIÓN Y/O CULTIVO DE LA ESPECIE ARBÓREA DENOMINADA COMÚNMENTE "GOMERO".

NOTA (Importante):

 Quien dude de las aseveraciones precedentes, o crea que son exageradas, vaya frente a nuestro teatro Colón y compruebe, admirando el espléndido ejemplar, uno de los patriarcas de los gomeros porteños, que allí se expande en toda su magnificencia, el tamaño inusitado que pueden alcanzar sus congéneres.
 Viéndolo, se dará cuenta de que pretenden constreñir la vitalidad de estos árboles al territorio de una vereda, es tan absurdo como criar un elefante en un departamento de dos ambientes.

De María Emilia Pérez - Otro Sí Digo - Ediciones AGON (De un ejemplar autografiado por la autora el 6-5-2000 en la Feria del Libro de Buenos Aires)

Melan.
                

miércoles, 7 de julio de 2010

POR QUÉ NACE MI NUEVA BUHARDILLA

En marzo del 2009 nació la primera buhardilla de Melan, la creé con todo el temor y a la vez el entusiasmo que me daba ingresar a la blogósfera. Era un mundo desconocido y temido para mí. No me creía con condiciones para hacerlo, sin embargo a instancias de un amigo de aquella época lo hice y fue con La Buhardilla de Melan.
 Tenía el objetivo de ser un espacio íntimo dedicado a los recuerdos, a la reflexión y a mis sueños logrados y aquellos que quedaron en el camino. Pero por esas cosas de la vida, ese año hubo elecciones legislativas y la atomósfera política se filtraba por todos los resquicios. A mí siempre me gustó la política, de hecho caminé algunos pasos en ella en mi temprana juventud, en el ámbito universitario, luego los avatares del destino cambiaron mi camino y solamente permanecieron las ideas que son las mismas de aquellos años.
 Hoy, a mis más de cincuenta años, ya parecía haberme calmado en cuanto a política se refiere, pero la esfervecencia de esos días y el ver a mi hija militante tan involucrada en ella,  me hicieron recordar viejos tiempos y no pudiendo ya casi salir a la calle a gritar al mundo los ideales de mi lucha, decidí hacerlo por este medio, el blog, y como no se me ocurrió abrir otro específicamente para ello, que hubiera sido lo más lógico, usé el único que por aquellos tiempos tenía, mi buhardilla.
 Fue así como La Buhardilla de Melan fue mutando, transformándose con el devenir de los meses más en un reducto político, que en un blog intimista y nostalgioso como yo lo había soñado.
 Quiero dejar bien en claro, no reniego de todo lo allí publicado ni mucho menos, al contrario estoy orgullosa de haber podido poner mi granito de arena a la causa  y seguiré volcando en ella todos mis pareceres y todo mi apoyo. Pero hay algo que me quedó pendiente con motivo de este cambio, de esta mutación, el poder tener una buhardilla con todas las características de aquella que yo había soñado.
 Por todo esto nace hoy este nuevo blog, La Nueva Buhardilla de Melan, que guarda la imagen cabecera de la primera porque la amo, porque es una buhardilla parisina que me pasé horas buscando hasta que la encontré y fue tal cual yo quería, por eso mantengo esa cabecera.
 Bien, hasta aquí la explicación del motivo de la creación de este nuevo blog, de ahora en adelante lo nuevo, el futuro, las nuevas entradas, los nuevos temas, que serán de todo tipo, sin dirección específica alguna, eso sí, ninguno será político. Seguramente habrá mucha poesía, mucho de artes plásticas, también literatura, en fin,  mucha reflexión de situaciones personales y algunas sociales y espero que esta vez sí pueda lograr ...un rinconcito para ser lo que verdaderamente soy... sencillamente ... una mujer.


Melan.