domingo, 18 de julio de 2010

Reflexiones en un domingo de lluvia

Domingo lluvioso, día ideal para la ensoñación, la nostalgia, la melancolía. Miro por mi ventana y mi magnolia absolutamente seca se nutre del agua de esta lluvia copiosa que hará que en no más de un mes esté poblada de capullos rosados, sin hojas, lo cual le da una vista hermosísima. Por unos días tengo en el frente de mi casa un árbol con el tronco gris y la copa absolutamente rosada. Me encanta verla, no sólo porque me acompaña desde siempre, ya estaba grande cuando vine a vivir a esta casa hace treinta y cuatro años, sino que además la plantó el padre de una amiga muy querida y eso le da una connotación particular.
 Me gustan los días de lluvia, aunque hoy precisamente no estoy del todo tranquila, mi hija se fue de viaje y sé que ahora anda bajo la lluvia en Entre Ríos buscando un remís, no es precisamente el mejor día para andar caminando por calles desconocidas. Aunque cuando se es joven, la lluvia nunca molesta y al contrario uno busca caminar debajo de ella.
 Yo recuerdo que eso hacíamos con el chico que salía cuando tenía veinte años, recorríamos todas las calles de Buenos Aires bajo la lluvia y al final recalábamos en una confitería de la calle Corrientes a tomar chocolate con churros, para atemperar el frío que habíamos pasado. Son lindos recuerdos de una juventud hermosa que cuando uno la rememora parece que fue solamente hace poco tiempo y sin embargo pasaron treinta años.

El paso del tiempo es algo increíble si uno se pone a analizarlo detenidamente, el correr de los días y las noches, ese monótono andar nos lleva inexorablemente a que se transformen en semanas, en meses, en años ... y casi sin darnos cuenta de ese aparentemente pequeño paso del día a la noche hemos llegado a que se nos pase la vida, hemos llegado a la madurez, al otoño de nuestra existencia.
 Pensarlo me da mucha nostalgia, soy una de las personas que no puede terminar de digerir este paso, será porque tengo una personalidad naif, medio mujer, medio niña, que fue siempre así y no cambió con los años. Yo siento perfectamente que el exterior ha cambiado por supuesto, pero hay muchísimas cosas en mi interior que siguen intactas, que no las he modificado y de la mayoría estoy muy orgullosa, de mi ideología política por ejemplo, de mi visión de la sociedad, de mi tabla de valores, de mi fe ...
 Por supuesto que algunas cosas he cambiado porque la madurez trae una visión diferente a veces de los hechos y los mismos que antes los veíamos como muy importantes ahora los vemos como nimiedades porque ya hemos vivido los realmente importantes de la vida, esos que te llevan al límite de tus fuerzas, de tus esperanzas, de tu capacidad de soportar el dolor. Ese tipo de cambios sí he tenido y bienvenidos sean porque siento que me han dado una visión más abierta del mundo, de la gente, de la sociedad en su conjunto. Pero aquellos los imperecederos son los que más me enorgullecen porque he visto a muchos renegar de ellos en la madurez modificándolos por situaciones materialistas, comodidades, modas, en fin todo lo que este mundo globalizado ha hecho de las personas en general.
 En fin, comencé con la lluvia y terminé con la globalización. Lo cierto es que la lluvia da para reflexionar y mucho cuando uno la mira por la ventana en solitario y con ojos escrutadores de la vida. Eso me ha pasado a mí hoy.

Melan

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